En la fotografía están
los cuatro hermanos. En la imagen, Orlando aparece junto a Karina, la hermana
menor que en el 2011 se graduaba en la universidad.
Desde su casa en el centro de Quito, los tres hermanos de Orlando Pacheco recordaron su desaparición hace tres años. Foto: Vicente Costales / El Comercio |
Esa fue la última
vez que estuvieron todos juntos y desde entonces el joven no ha vuelto a casa.
Hace 15 días, sus hermanos se reunieron en la casa de sus padres, en el centro
de Quito. Allí abrieron el álbum familiar y Milena, su hermana mayor recordó
que fue la última persona que habló por teléfono, mientras Orlando estaba en
Loja.
Le dijo que se
quedaría más tiempo en esa provincia y que no se preocuparan. Esa conversación
ahora le generó problemas: las pesadillas comenzaron atacarla. Y se volvió
sobreprotectora con sus hijos. “Siempre pregunto en dónde están y con quién,
pues tengo miedo de que no regresen”.
Estas secuelas no
son aisladas. Investigaciones psicológicas han determinado que en casos
extremos los familiares de los extraviados suelen aislarse o buscan personas
con similares condiciones para protestar.
Ahora, Milena dice
que le es difícil explicar a sus tres hijos menores sobre la pérdida de su tío.
Antes de saber leer, su hija, vio un afiche de un boxeador pegado en un poste y
le preguntó si él también estaba perdido.
Lo mismo ha tenido
que afrontar Richard, el hermano mayor de Orlando. Ahora teme por sus hijos y
les pide que siempre avisen a donde van.
Rodríguez es madre
de Juliana Campoverde, desaparecida desde hace tres años en el sur de Quito.
Para ella, explicarles a sus dos hijos de 8 y 19 años la pérdida de su hermana
mayor ha sido complicado. Los primeros días, ellos no comían ni fueron a la
escuela. Rony tenía 16 años cuando Juliana se extravió. Su relación era tan
cercana que incluso dormían juntos.
Ahora, cuando está
triste, va al cuarto de la joven y escucha la música que a ella le gustaba.
Dany de 5 años al
principio no entendía por qué su ñaña no volvía. Hasta ahora espera que llegue
con alguna golosina o juguete como siempre lo hacía. Él también tuvo que
asistir por un mes a terapia psicológica. De hecho, la ayuda de un profesional
es vital en estos casos.
Graciela Ramírez
es psicóloga clínica y docente en la U. Católica de Quito. Ella explica que el
vínculo que existe entre hermanos es muy estrecho, porque es una relación
paralela. “Son cómplices, aprenden a hablar y caminar juntos, exploran el mundo
al mismo tiempo. Por eso cuando se interrumpe sin una explicación es terrible”.
Ramírez también
advierte que entre las consecuencias frecuentes en estos casos está la
dificultad de creer en todo tipo de ley y por eso hay quienes buscan ser
líderes de grupos sociales con la misma causa.
Otra afección de
los niños que han perdido a sus hermanos es querer minimizar el dolor de los
padres. Por eso buscan conseguir todo lo que a ellos les provoque alegría.
En otros casos
buscan una vía para recordar a sus parientes. Por ejemplo, María Fernanda es la
hermana menor de David Romo. Ella tenía 16 años cuando su hermano desapareció
mientras iba a su casa en la Mitad del Mundo (norte de Quito). Ahora, dos años
después, recuerda cómo entre los dos le dieron un desayuno y un ramo de flores
a su mamá por el día de las madres. También, le escribe cartas y en una de
ellas, le dice que no dejará de buscarlo.
Los hermanos de
Angy Carrillo también han tenido problemas. Su madre Yadira Labanda ha visto
cómo sus cuatro hijos se han vuelto callados y poco sociables. Especialmente su
segunda hija que tiene 17 años.
Contenido publicado originalmente en:
El Comercio
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