18 de marzo de 2015

Las deudas son otra secuela que dejan las desapariciones

Las historias se repiten. Viajan de provincia en provincia, mandan a imprimir afiches, duermen en modestos hoteles, visitan morgues y pasan semanas en la Fiscalía. Otros perdieron sus trabajos, acabaron sus ahorros, se endeudaron en bancos y su sueldo lo destinaron al pago de trámites, movilización, copias de documentos, abogados. Todo para buscar a sus familiares desaparecidos...


Maria Eugenia Basantes busca a su hijo desde hace 20 años
Desde hace 20 años, María Eugenia Basantes trabaja y ahorra dinero solo para localizar a su hijo Adrián, desaparecido la mañana del 6 de noviembre de 1994 en el antiguo terminal Cumandá del centro de Quito. Solo tenía dos años.

Ese día, la mujer estaba en el restaurante de una pariente cuando, en un descuido, el pequeño salió del local y no volvió. La mujer trabaja en quehaceres domésticos puertas adentro. Dice que así ahorra dinero. Cuando acumula unos USD 500 o 1 000 renuncia y sigue en la búsqueda. “Ese es mi ritmo de vida en las dos últimas décadas”.

Ella viajó a Cuenca, Guayaquil y Quevedo para pegar afiches en escuelas, paradas de buses, estaciones de Policía, locales comerciales. Se hospedaba en hoteles que no cuestan más de USD 10 la noche. Ahora no tiene empleo y se le terminan los USD 1 000 que había ahorrado.
 Adrián se extravió un domingo. Según datos de la Dinased, una unidad especial de la Policía, en ese día se reporta la menor cantidad de desapariciones en el país. De los 4 934 casos que hubo en el 2014, 417 ocurrieron un fin de semana.

En la Asociación de Amigos y Familiares de Desaparecidos (Asfadec) hay cálculos de cuánto han gastado sus 80 afiliados: hasta USD 20 000.

Telmo Pacheco es presidente de este grupo y está endeudado en USD 9 000 en un banco. Su hijo no vuelve a casa desde el 2011. Hizo préstamos y ese dinero le sirve para viajar a Loja, ciudad en donde se vio por última vez a Orlando. Él y los familiares de los desaparecidos se reúnen todos los miércoles en la Plaza Grande.

En el último estuvo Rosa López. Su nieto Marcelo Estévez falleció en abril del 2012. La mujer de 80 años levantaba un cartel con las fotos de cientos de personas que no han regresado a sus hogares. En torno a la organización de desaparecidos que lidera su hija, Susana, se unieron más deudos.

 Álix Ardila es otra afectada que ha gastado cerca de USD 20 000 para buscar a su hija Carolina Garzón. Ella viajó desde Bogotá y en Colombia vendió una casa y un vehículo. Luego de casi tres años de este caso, el viernes, 13 de marzo se realizó la reconstrucción de los hechos en el barrio Paluco (suroriente de la capital), en donde la vieron por última vez.

Con el dinero de la venta, ella ha gastado en movilización y comida. Al principio arrendó un departamento a USD 180 en el norte de Quito, pero luego se cambió a la casa de Telmo Pacheco. Él la ayuda con alojamiento a bajo costo, pero cada mes gasta USD 600 en la impresión de 1 000 afiches con la foto de su hija.

Lo mismo vive Sandra Guamán en la búsqueda de su hija María de siete años. Ella se extravió el 22 de enero del 2014 en Loja. La mujer vendía espumilla en el centro de esa ciudad cuando la menor se perdió. Ella es comerciante y su esposo es ayudante de albañilería. Sus ingresos de USD 150 no son suficientes y se endeudaron en USD 1 000.

Con esa cantidad, ellos recorrieron Zamora Chinchipe y Morona Santiago en bus. Allí visitaron morgues, pegaron carteles. También visitaron radios y periódicos locales para anunciar la desaparición. Hasta se movilizaron a las ciudades peruanas de Piura y Zuliana para localizar a la niña. En un año gastaron más de USD 3 000. Guamán llora al pensar que su hija fue robada y llevada al Perú. Dice que el Ministerio del Interior le ha ayudado a pagar los gastos de alojamiento y pasajes de avión cuando ella viene a Quito para reunirse con las autoridades.

 Pilar Tobar también asiste a los plantones de desaparecidos. Ella es hermana de Camilo, que no volvió desde el 17 de abril del 2012 en Tumbaco (Pichincha). Para buscarlo, ha faltado al trabajo y eso le representa un día de descuento. Ha llegado a gastar USD 50 diarios en pancartas, movilización, agua para personas que le acompañan a las búsquedas o en los plantones.

Pero no todas las personas pueden costear los gastos tras las desapariciones de sus parientes. Nelly Oviedo no vuelve a su casa, en Ambato, desde el 7 de abril del 2007 y su hermana, Vilma, no puede buscarla. Simplemente dice que no tiene dinero. Recibe menos del sueldo básico por lavar ropa. Puso la denuncia, pero en eso se quedó el caso. Su voz se quiebra al recordar que no puede buscarla...

Contenido publicado originalmente en:
El Comercio
Diego Bravo
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