Carolina Garzón |
Cuando Carolina cursaba, a sus 17, bachillerato en el Colegio Distrital Venecia, tuvo liderazgo en las movilizaciones contra el recorte de transferencias a la educación y participó en la toma pacífica de 100 colegios durante una semana. En esas jornadas, además de acatar las consignas en serio a que la obligaba el colectivo, coqueteó con un movimiento juvenil llamado UPJ (“Unidos pa’ no estar jodidos”).
Ya con su cartón, ingresó al Sena a estudiar serigrafía y se hizo sentir participando en la creación del Coes (Comité Estudiantil del Sena), organización empecinada en la utopía de fundar una “universidad para los pobres”. No pareciéndole óptima esta hoja de vida, en vísperas de llegar a la mayoría de edad promovió el Sindicato Estudiantil (Sies), a efecto de inquietar con acústicas de proletariado romántico a los alumnos de ese instituto oficial. Luego se matriculó en la Universidad Distrital a estudiar educación artística, y paralelamente hizo teatro con el grupo Mujeres en Escena, bajo la dirección de Patricia Ariza.
Quién sabe a qué horas duerme. El hecho es que Carolina, al filo de sus 22 años, tiempo ha tenido, aparte de lo ya bailado, para militar en el PST (Partido Socialista de los Trabajadores), leer inevitablemente a Trotsky, escribir artículos para el periódico universitario El Macarenazo, ejercer como cuadro protagónico en la MANE (Mesa Amplia Nacional Estudiantil) que le ganó al Gobierno la pelea hace poco con marchas multitudinarias, y elaborar con shakiras y macramé artesanías que vende para ganarse unos pesos.
Con plata ahorrada de esta actividad, se organizó un viaje por tierra a Quito, ciudad hacia la que arrancó del terminal de buses en la noche del 18 de marzo. En la capital ecuatoriana tomó en alquiler un cuarto en el apartamento de unos amigos colombianos, en un barrio popular. Fabricando chocolatinas y pulseras, pagó cumplidamente el arriendo y estaba a paz y salvo hasta el 28 de abril, fecha en la que desapareció dejando su pasaporte, su ropa y un monedero con 200 dólares y 56 mil pesos. Y hasta el sol de hoy.
Su padre, Walter, y una tía están en Quito desde entonces moviendo cielo y tierra. Pero nada. Aquí, en Bogotá, el PST y la ASPU (sindicato de profesores universitarios) han hecho ya siete plantones frente a la embajada ecuatoriana y la cancillería nacional, exigiendo que las autoridades del vecino país investiguen como corresponde sobre la suerte de Carolina, pero en vano.
Cuestión de esperar por si acaso, como es su obligación, nuestro embajador allá, Ricardo Lozano, apremie por el paradero de esta pelada. Igualmente confiamos en que la visita de nuestro fiscal, Eduardo Montealegre, a su similar del Ecuador, haya incluido el viernes pasado este tema en su agenda, y nos informe al respecto.
Ha sido Ecuador, sin duda, un país hospitalario con los colombianos, muchos de los cuales han encontrado allí refugio a causa de las persecuciones padecidas de este lado de la frontera. Que igual solidaridad les merezca este caso, con mayor razón si la desaparecida no llegó allí de huida de nadie.
El lenguaje oficial de las relaciones diplomáticas entre los dos países es muy abundante en alusiones a la puesta en marcha de “beneficios bilaterales en el campo energético”. Justo por eso la búsqueda de Carolina debiera motivar un tratamiento prioritario, porque mas energía que la suya difícil de encontrar en estos tiempos.
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originalmente en:
Por Lizandro Duque
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