18 de febrero de 2015

Años de sufrimientos y búsqueda de emigrantes desaparecidos

Un adivino le dijo que su hijo de 22 años murió en la travesía a EE.UU. y que no lo buscara más. Otro le indicó que fue secuestrado por la guerrilla. Pero para Carmelina Veletanga, Wilson Jarama está vivo. La mujer tiene 53 años y busca a su hijo desde julio del 2012, cuando salió de Cuenca. Su rastro se perdió en México y no hay pistas de lo que ocurrió con él.
Teresa Lojano, madre de Mario Lojano, no pierde la esperanza de hallar a su hijo con vida. En su casa de adobe tiene un altar en el que reza a diario por él. Foto: Xavier Caivinagua/ EL COMERCIO

Jarama permanece en la lista de 96 ecuatorianos de Azuay, Cañar y Morona Santiago reportados como desaparecidos en la organización 1-800 Migrantes. Desde el 2005, otras 105 denuncias también han ingresado a la Zonal 6 del Ministerio de Relaciones Exteriores.
De este último grupo han sido resueltos 67, pues fueron encontrados en tránsito hacia EE.UU., muertos o detenidos en Centroamérica. De allí que la búsqueda es otro drama al que se enfrentan las familias.

La madre de Wilson, por ejemplo, viajó cinco veces a Cañar. Sin direcciones ni nombres, intentó hablar con los parientes de los ecuatorianos que migraron con su hijo. Llegó a Quito para buscar al coyote; pagó 10 misas en la Catedral de Cuenca, pero nada dio resultado.
 A los dos meses de que Wilson desapareciera, unos desconocidos llamaron a sus hermanas que residen en EE.UU. y le comunicaron que él estaba detenido. Depositaron USD 8 500 por su libertad, pero luego descubrieron que la cuenta era de un banco de Los Ángeles.

Más tarde, ellas contrataron a detectives para que lo buscaran en Reynosa (Tamaulipas-México), el último punto desde donde Wilson se reportó con sus hermanas, por teléfono.
Seis meses después, la madre denunció la desaparición en la Fiscalía, en 1-800 Migrantes y en otras instituciones. Ramiro Hidalgo, coordinador zonal de la Cancillería, dice que esa denuncia fue tardía y dificultó la búsqueda de Jarama.

Por lo general, las familias piden ayuda luego de cuatro meses del último contacto, porque creen que avanzan en la odisea. La denuncia tardía también ocurrió con los casos de Segundo Calle, Jorge Jara, Alberto Buñay, Pablo Vélez, Jackeline Punín, Gladys Saguay…

En un estante de la oficina de 1-800 Migrantes reposan las carpetas con los documentos de estas personas. Se abren cada vez que encuentran cadáveres en las fronteras y que tienen sospechas de que son de ecuatorianos. Andrea Ledesma, asesora jurídica de esta organización, conoce que si las muertes se producen entre julio y septiembre, las altas temperaturas descomponen los cuerpos y los animales terminan por destruir todo. Eso dificulta la posibilidad de identificar algún detalle, como tatuajes o cicatrices.

La cuencana Rosa Pintado, de 25 años, quiere encontrar vivo o muerto a su esposo Mario Lojano, de 24. Hace cinco meses no tiene noticias y el último contacto fue desde México, en julio pasado, cuando la llamó.

Ella recuerda que habló rápido. Dijo que al día siguiente saldría hacia la frontera, que estaba bien, que cuidara a los cuatro hijos y que rezaran por él. A Pintado el coyote le dijo que su esposo estaba preso.

Por eso, una hermana de Mario que vive en EE.UU. depositó USD 3 800, a una cuenta de Los Ángeles, para que lo soltaran, pero el joven no apareció.
En EE.UU., amigos de la familia viajan los fines de semana para buscarlo en morgues, prisiones y hospitales de la frontera. Por las investigaciones hechas en México y EE.UU., se conoce que en las morgues de la frontera los cuerpos encontrados quedan menos de una semana en refrigeración. Si nadie los identifica, los entierran en fosas comunes.
Hace tres semanas, Relaciones Exteriores localizó el cadáver del cuencano Javier Guanoluiza. Él desapareció en julio del 2009, cuando tenía 25 años y fue hallado en una fosa común en Guatemala, tras la búsqueda de archivos de cuerpos de migrantes no identificados.

Desde el 2009, 185 migrantes de Azuay, Cañar y Morona Santiago han fallecido en el intento por llegar a suelo norteamericano. Sus cuerpos han sido repatriados por Cancillería. 

Según Ramiro Hidalgo, coordinador zonal de ese organismo, los casos de desaparecidos se mantienen abiertos hasta que se resuelvan o la familia decida declarar su muerte para cumplir algún trámite legal. 

“Yo también vivo aturdida por la desaparición de mi hijo, Segundo Calle”, susurra María Narváez, de 80 años. Ella lo despidió en julio del 2012 y su última llamada fue en agosto, cuando iba a cruzar el río Bravo, en la frontera de México.

A ella, unos vecinos le contaron que es un río grande, caudaloso y que los migrantes son obligados a lanzarse a sus aguas para cruzar la frontera o para no ser detenidos por Migración. Muchos no soportan el caudal y mueren ahogados.
La cuencana Nelly Ayabaca perdió a su sobrino José Tacuri en Nogales (México) en junio del 2013. ¿Cuántos años tendría hoy? 17, responde.

El menor emigró con la intención de reunirse con sus padres en Estados Unidos. Desde su desaparición, Ayabaca llama una vez por mes a la Embajada de México. “Ellos buscan en sus reportes y siempre me dicen que no hay personas encontradas con esas características”. En EE.UU., cada tres meses los padres de Tacuri pagan a personas para que rastreen en la frontera. Son conocidos o personas que trabajan en eso.


Todas las familias, tanto en EE.UU. como en Ecuador, mantienen la ilusión de ver otra vez a sus seres queridos. En contexto El 4 de febrero, el Tribunal Segundo de lo Penal del Cañar sentenció a 16 años de prisión a dos procesados por el traslado ilegal de la niña Noemí A., fallecida en México cuando intentaba llegar a Estados Unidos para reunirse con su familia.

Contenido publicado originalmente en: 
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